Artículo de Divulgación Filosófica- publicada en la edición de Marzo 2021- Revista CABA- Daniel Caballero. Treinta y tres- Uruguay.
Platón: El mito de la caverna.
Extraido de la República, Libro Vll; 514a_517c y 518b_d. (R. Verneaux, Textos de los grandes filósofos. Edad antigua, Herder, Barcelona 1982, p. 26-30).
--Piensa ahora que a lo largo de este muro unos hombres
llevan objetos de todas clases, figuras de hombres y de animales de madera o de
piedra, v de mil formas distintas, de manera que aparecen por encima del muro.
Y naturalmente entre los hombres que pasan, unos hablan y otros no dicen nada.
--Es esta una extraña escena y unos extraños prisioneros,
dijo.
--Se parecen a nosotros, respondí. Y ante todo, ¿crees que
en esta situación verán otra cosa de sí mismos y de los que están a su lado que
unas sombras proyectadas por la luz del fuego sobre el fondo de la caverna que
está frente a ellos.
--¿Y no ocurre lo mismo con los objetos que pasan por detrás
de ellos?
--Sin duda.
--Y si estos hombres pudiesen conversar entre sí, ¿no crees
que creerían nombrar a las cosas en sí nombrando las sombras que ven pasar?
--Necesariamente.
--Y si hubiese un eco que devolviese los sonidos desde el
fondo de la prisión, cada vez que hablase uno de los que pasan, ¿no creerían
que oyen hablar a la sombra misma que pasa ante sus ojos?
--Sí, por Zeus, exclamó.
--En resumen, ¿estos prisioneros no atribuirán realidad más
que a estas sombras?
--Es inevitable.
--Supongamos ahora que se les libre de sus cadenas y se les
cure de su error; mira lo que resultaría naturalmente de la nueva situación en
que vamos a colocarlos. Liberamos a uno de estos prisioneros. Le obligamos a
levantarse, a volver la cabeza, a andar y a mirar hacia el lado de la luz: no
podrá hacer nada de esto sin sufrir, y el deslumbramiento le impedirá
distinguir los objetos cuyas sombras antes veía. Te pregunto qué podrá
responder si alguien le dice que hasta entonces sólo había contemplado sombras
vanas, pero que ahora, más cerca de la realidad y vuelto hacia objetos más
reales, ve con más perfección; y si por último, mostrándole cada objeto a
medida que pasa, se le obligase a fuerza de preguntas a decir qué es, ¿no crees
que se encontrará en un apuro, y que le parecerá más verdadero lo que veía
antes que lo que ahora le muestran?
--Sin duda, dijo.
--Y si se le obliga a mirar la misma luz, ¿no se le dañarían
los ojos? ¿No apartará su mirada de ella para dirigirla a esas sombras que mira
sin esfuerzo? ¿No creerá que estas sombras son realmente más visibles que los
objetos que le enseñan?
--Seguramente.
--Y si ahora lo arrancamos de su caverna a viva fuerza y lo
llevamos por el sendero áspero y escarpado hasta la claridad del sol, ¿esta
violencia no provocará sus quejas y su cólera? Y cuando esté ya a pleno sol,
deslumbrado por su resplandor, ¿podrá ver alguno de los objetos que llamamos
verdaderos?
--Sus ojos deberán acostumbrarse poco a poco a esta región
superior. Lo que más fácilmente verá al principio serán las sombras, después
las imágenes de los hombres y de los demás objetos reflejadas en las aguas, y
por último los objetos mismos. De ahí dirigirá sus miradas al cielo, y
soportará más fácilmente la vista del cielo durante la noche, cuando contemple
la luna y las estrellas, que durante el día el sol y su resplandor.
--Y creo que al fin podrá no sólo ver al sol reflejado en
las aguas o en cualquier otra parte, sino contemplarlo a él mismo en su
verdadero asiento.
--Indudablemente.
--Después de esto, poniéndose a pensar, llegará a la
conclusión de que el sol produce las estaciones y los años, lo gobierna todo en
el mundo visible y es en cierto modo la causa de lo que ellos veían en la
caverna.
--Es evidente que llegará a esta conclusión siguiendo estos
pasos.
--Y si en su vida anterior hubiese habido honores,
alabanzas, recompensas públicas establecidas entre ellos para aquel que
observase mejor las sombras a su paso, que recordase mejor en qué orden
acostumbran a precederse, a seguirse o a aparecer juntas y que por ello fuese
el más hábil en pronosticar su aparición, ¿crees que el hombre de que hablamos
sentiría nostalgia de estas distinciones, y envidiaría a los más señalados por
sus honores o autoridad entre sus compañeros de cautiverio? ¿.No crees más bien
que será como el héroe de Homero y preferirá mil veces no ser más «que un mozo
de labranza al servicio de un pobre campesino» y sufrir todos los males
posibles antes que volver a su primera ilusión y vivir como vivía?
--Imagina ahora que este hombre vuelva a la caverna y se
siente en su antiguo lugar. ¿No se le quedarían los ojos como cegados por este
paso súbito a la obscuridad?
--Sí, no hay duda.
--Y si, mientras su vista aún está confusa, antes de que sus
ojos se hayan acomodado de nuevo a la obscuridad, tuviese que dar su opinión
sobre estas sombras y discutir sobre ellas con sus compañeros que no han
abandonado el cautiverio, ¿no les daría que reír? ¿No dirán que por haber
subido al exterior ha perdido la vista, y no vale la pena intentar la
ascensión? Y si alguien intentase desatarlos y llevarlos allí, ¿no lo matarían,
si pudiesen cogerlo y matarlo?
--Ésta es precisamente, mi querido Glaucón, la imagen de
nuestra condición. La caverna subterránea es el mundo visible. El fuego que la
ilumina, es la luz del sol. Este prisionero que sube a la región superior y
contempla sus maravillas, es el alma que se eleva al mundo inteligible. Esto es
lo que yo pienso, ya que quieres conocerlo; sólo Dios sabe si es verdad. En
todo caso, yo creo que en los últimos límites del mundo inteligible está la
idea del bien, que percibimos con dificultad, pero que no podemos contemplar
sin concluir que ella es la causa de todo lo bello y bueno que existe. Que en
el mundo visible es ella la que produce la luz y el astro de la que procede.
Que en el mundo inteligible es ella también la que produce la verdad y la
inteligencia. Y por último que es necesario mantener los ojos fijos en esta
idea para conducirse con sabiduría, tanto en la vida privada como en la
pública.Yo también lo veo de esta manera, dijo, hasta el punto de que puedo
seguirte. [. . .]
--Así dicen, en efecto, dijo Glaucón.
--Ahora bien, lo que hemos dicho supone al contrario que
toda alma posee la facultad de aprender, un órgano de la ciencia; y que, como
unos ojos que no pudiesen volverse hacia la luz si no girase también el cuerpo
entero, el órgano de la inteligencia debe volverse con el alma entera desde la
visión de lo que nace hasta la contemplación de lo que es y lo que hay más
luminoso en el ser; y a esto hemos llamado el bien, ¿no es así?
--Todo el arte, continué, consiste pues en buscar la manera
más fácil y eficaz con que el alma pueda realizar la conversión que debe hacer.
No se trata de darle la facultad de ver, ya la tiene. Pero su órgano no está
dirigido en la buena dirección, no mira hacia donde debiera: esto es lo que se
debe corregir.
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